Ayer, camino al centro de acopio de la Policía Federal para entregar víveres, intenté explicarle a una persona muy importante en mi vida el concepto de solidaridad. Le hablé del terremoto de 1985, del huracán Gilberto en 1987 y de la tragedia que aqueja actualmente a cientos de miles de mexicanos afectados por las lluvias. Mi intención era despertar en ella la idea de que servir a los demás en momentos difíciles, debe ser una obligación para la gente de bien; que el que da, no debe esperar recibir nada a cambio, porque la sensación interna supera al reconocimiento externo.
No sé sí logré que me entienda, pero al entregar los víveres, espontáneamente se sumó a la tarea de acomodar bolsas de arroz. La observé a la distancia y me invadió una agradable sensación al verla limpiarse el sudor con sus pequeñas manos, esbozando la inigualable sonrisa de la satisfacción.
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