jueves, 27 de febrero de 2014

Saber esperar

A quienes miden el mar por olas y el cielo por alas.

Esperar es un acto heroico. Lleva al ser humano al límite de su paciencia cuando la espera se prolonga. Incertidumbre es una prima hermana de Espera que vive en la misma casa pero duerme en una habitación aparte. En ocasiones se reúnen para causar estragos en la mente que las aloja y lo logran.

Admiro la paciencia con la que Hemingway debió escribir El viejo y el mar para dotar de serenidad y estoicismo al personaje de Santiago, un auténtico héroe. A diferencia de Don Quijote o Tom Sawyer, quienes en sus respectivos mundos literarios tuvieron testigos y cómplices de  aventuras, el viejo Santiago tuvo en la soledad y sus cavilaciones las únicas compañías en su hazaña. Doblemente heroico.

He escuchado decir que la mente es capaz de transportarnos a todos lados; que quien controla sus pensamientos tiene el control de su vida. No en vano los libros de autoayuda son un éxito: hay millones de personas en búsqueda de la fórmula correcta de esperar. De eso trata la autoayuda: de saber esperar. ¿Qué? La nueva oportunidad, ¿de qué? De ser feliz, de encontrar el amor, de que se resuelva una solicitud de empleo, que “caiga” la siguiente quincena, sane la enfermedad, regrese el ausente, se vaya el indeseado, llegue el pedido, nos haga pasar el médico, aterrice al vuelo demorado, nazca un  bebé, entreguen una casa, llegue un aumento, empiece la función, se apague un incendio, dicten sentencia, muera el agonizante, una nueva versión de Bohemian Rhapsody,  el fin del mundo  y un etcétera ad infinitum.

La legión de los que esperan suma millones de seres humanos en tiempos en que nadie quiere ser Santiago, sino Flash Gordon. Resuelta la cuestión, inevitablemente, un nuevo acto heroico idéntico o más complejo tocará a la puerta, si no es que entra sin avisar.

De allí la importancia de saber esperar.