A quienes miden el mar por olas y el cielo por alas.
Esperar
es un acto heroico. Lleva al ser humano al límite de su paciencia cuando la
espera se prolonga. Incertidumbre es una prima hermana de Espera que vive en la
misma casa pero duerme en una habitación aparte. En ocasiones se reúnen para
causar estragos en la mente que las aloja y lo logran.
Admiro
la paciencia con la que Hemingway debió escribir El viejo y el mar para dotar
de serenidad y estoicismo al personaje de Santiago, un auténtico héroe. A diferencia
de Don Quijote o Tom Sawyer, quienes
en sus respectivos mundos literarios tuvieron testigos y cómplices de aventuras, el viejo
Santiago tuvo en la soledad y sus cavilaciones las únicas compañías en su
hazaña. Doblemente heroico.
He escuchado
decir que la mente es capaz de transportarnos a todos lados; que quien controla
sus pensamientos tiene el control de su vida. No en vano los libros de
autoayuda son un éxito: hay millones de personas en búsqueda de la fórmula
correcta de esperar. De eso trata la autoayuda: de saber esperar. ¿Qué? La nueva
oportunidad, ¿de qué? De ser feliz, de encontrar el amor, de que se resuelva
una solicitud de empleo, que “caiga” la siguiente quincena, sane la enfermedad,
regrese el ausente, se vaya el indeseado, llegue el pedido, nos haga pasar el
médico, aterrice al vuelo demorado, nazca un
bebé, entreguen una casa, llegue un aumento, empiece la función, se
apague un incendio, dicten sentencia, muera el agonizante, una nueva versión de Bohemian Rhapsody, el fin del mundo y un etcétera ad infinitum.
La legión
de los que esperan suma millones de seres humanos en tiempos en que nadie
quiere ser Santiago, sino Flash Gordon. Resuelta la cuestión, inevitablemente, un nuevo acto heroico idéntico o más complejo tocará a la puerta, si no es que entra sin avisar.
De allí la importancia de saber esperar.